
Como ya comenté en un artículo anterior, por aquella época todavía practicábamos el shotokai antiguo y no el evolucionado
del maestro Egami. Después del calentamiento, el maestro Harada empezó a darnos una disertación sobre una nueva de respirar, relajar y golpear.
Lo primero que nos dijo fue que el flujo respiratorio no debería ser a saltos sino de forma continua, sin cortes. Compatible con esa forma de respirar, el golpe sería más potente y efectivo si no se cortaba al final tensando las manos y/o pies sino que se prolongaba indefinidamente. Esta prolongación, por razones óbvias no podría ser hacia el infinito pero psicológicamente, sí.
Nos puso a varios alumnos en una fila y mandó a otro, dar un golpe en el estómago al primero de la fila. Insisto que en aquella época golpeábamos duro y seco. La fila ni se movió. Luego, el propio Harada hizo lo mismo pero de manera suave y la fila se movió del primero al último. Yo, que estabá dentro de la fila sentí una rara sensación. Pensé que era lógico pues claro, no es lo mismo golpear que empujar. Pero con buen criterio, Harada fue rotando a los alumnos de la fila para que todos vieramos el efecto fuera de la misma. Y yo vi que no había empujón, sino golpe.
A priori, tal demostración me pareció curiosa y para analizar detenidamente. Ahora bien, la segunda demostración fue para mí definitiva. Fue sacando uno a uno a todos los alumnos y él, puesto de espaldas nos dijo que fueramos intentando rozarle en la espalda con un gyakutsuki lo más ràpido que pudiéramos. Ninguno conseguimos rozarle, casi en el mismo momento de lanzar el golpe, ya teníamos su potente gedan barai en nuestro antebrazo.
Después de la demostración nos preguntó por qué creíamos que él era capaz de adelantarse. Unos dijimos que por la respiración del atacante, otros por el ruido del atacante al moverse. Dijo Harada: no, por el pensamiento.
Todo esto fue otro punto de inflexión para mi motivación de la práctica del estilo shotokai del maetro Shigeru Egami que Hiruma nos trajo al año siguiente. Recuerdo que nos proyectó la película del famoso stage de Japón. Le pedí que me dejara hacer una copia y la visioné una miríada de veces. Me prometí no abandonar este tipo de karate durante toda mi vida. Cumplí, y sigo cumpliendo mi promesa.